El color blanco cobra vida de las nubes y abruma a tus ojos incrédulos donde la bruma desdibuja el pinar, en el norte de la isla, a escasos metros de donde nace la corona forestal y acaba la propiedad privada. Acudes a esa tierra de nadie a por el orégano del año, a por esa pizca de sabor a monteverde y caza que aportarás a pellizcos a tus platos; con él aderezarás carnes, granos y ensaladas.
El brezo guía tus pasos, y armado de tijeras de podar sólo tomas lo florido, con la calma de quien no esquilma sino pide permiso al brote antes del corte.
El orégano aromatiza las estancias de la casa mientras se seca, luego reserva su esencia en botes de cristal y bolsas de papel, para dar lo mejor de sí llegado el momento de entrar en el guiso.